Martes, 23 Abril, 2024
   
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PEPO Y PEPA O LA HISTORIA DE UNA AMISTAD

Sus padres se conocieron en la sala de espera del hospital mientras sus madres  trataban de que aquellos momentos pasasen rápido. Pepo nació alto, delgado y sin apenas pelo, decían que se parecía a su madre y ya era muy activo. Su mirada no adelantaba aún lo listo que era, pero su llanto cuando quería comer si delataba su poca paciencia. Pepa, en cambio, era muy calmada, pesó más de lo que al médico le hubiese gustado y parecía que dormir era su mayor afición.

La guardería y el colegio les hicieron convivir mucho tiempo juntos. Además se caían bien y cuando oían a sus madres repetir --estos acabarán casándose –, no entendían bien el significado de la frase, pero no les importaba demasiado.

La bici fue el único juguete que pudieron comparar cuando unas navidades, no se sabe bien si Papa Noel o los Reyes Magos, coincidieron en traerles una a cada uno. La de Pepo era más alta y de color gris metalizado, la de Pepa era rosa y tenía unas cintitas en el manillar. Pepo, tras unos cuantas caídas, comenzó a controlar la situación. Parecía que no le dolían los golpes, aún no había desaparecido la polvareda que se había levantado al caer y ya estaba de pie, levantando la bici y pedaleando de nuevo. Pepa no se atrevía a poner los pies en los pedales, su padre le decía que iba a crecer de tanto estirar las piernas para no perder el contacto con el suelo.

Con el tiempo fueron crecieron los cuatro. Pepo y Pepa ya tenían nueve años y sus estaturas eran muy parecidas, las de las bicis no, la de Pepo era más alta que la de Pepa. En el barrio se acercaban las fiestas y el Ayuntamiento estaba anunciando una competición de bicicletas para celebrar la inauguración de la senda ciclable que acababan de construir en su parque. El primer premio eran unos videojuegos, los últimos que habían salido. ¡Tengo que conseguirlo!, pensó Pepo. Era un regalo que sus padres no querían comprar hasta que no acabase el curso. Decían que según fuesen las notas. ¡Qué tontería!, el curso acabaría bien porque al final él siempre tenía suerte y aprobaba. Le costó convencer a Pepa para que participase con él. Ella, al principio no quería, pero Pepo era su amigo y sin saber muy bien la causa, no podía decirle que no.

Durante el mes que faltaba para la competición, Pepo animaba constantemente a Pepa para que cogiese más velocidad.

---¡Corre más!, ¡corre más!, ¡a que no me adelantas!, así no vas a ganar los videojuegos—

Pepa, que siempre había sido más calmada, no hacía mucho caso y salía tranquilamente con su bici. Su padre, además, se lo recordaba con frecuencia:

--- circula por el carril bici, respeta los semáforos y las señales, y ponte el casco--.

Pepo no siempre se ponía el casco, y cuando lo hacía, con las prisas, no se lo abrochaba, también iba por el carril bici, como Pepa, pero de vez en cuando recortaba las curvas y las cogía en línea recta para tardar menos en llegar. Sobre todo, lo que más nervioso le ponía era la maldita costumbre de Pepa de pararse en los cruces cuando había un STOP.

---Pero si no viene nadie, ¿qué haces ahí parada?—

Pepa siempre le respondía lo mismo

– STOP: Siempre Tienes Obligación de Parar. Me lo ha dicho mi padre, él se lo enseña en la autoescuela a los que se sacan el carnet--,

--Ya lo sé, ya lo sé, cuando me saque el carnet ya lo haré; pero si no viene nadie es una tontería perder el tiempo parando—respondía Pepo.

Se acercaba la fecha de la competición y Pepo se esforzaba en correr cada vez más con su bici. Aquella tarde la niebla apareció por sorpresa, no se veía demasiado bien, pero como no llovía, cogería su bicicleta como siempre. A Pepa no le apetecía, pero ante la insistencia de Pe

po, acabo cogiéndola. No sabía decirle que no. Sus padres no estaban en casa cuando salió, pero ella siguió con sus buenas costumbres: se puso el casco, colocó bien el espejito, comprobó que las luces iban y además recordó la frase de su padre: “si no se ve bien, no cojas la bici, pero si no te queda mas remedio, ponte el chaleco reflectante, ¡hazte ver!”

El recorrido era el de todos los días, pero las circunstancias no, la niebla lo tapaba todo.

--El dichoso STOP seguía allí y Pepa se iba a parar, seguro, pero yo no veo a nadie--, pensó Pepo....

De repente se oyó un frenazo, todo empezó a dar vueltas y se volvió oscuro, muy oscuro.

Al despertar, estaba en una habitación extraña, olía raro, le dolía un poco la cabeza y, sus padres y los de Pepa, le miraban asustados

--¿Qué pasa mamá?, ¿dónde estoy?— , su madre empezó a llorar.

Su padre le gritó –¡casi nos matas del susto!, ¿te parece bonito lo que has hecho?—

El padre de Pepa intervino, --tranquilos, tranquilos, ahora no hay que alterarse, lo importante es que el niño está bien. Menos mal que llevaba el casco --.

La historia volvía a ir de hospitales, pero ahora no era como la primera vez que se conocieron sus padres. A Pepo le habían atropellado; la falta de visibilidad y la humedad del suelo, hicieron que el conductor del coche no frenase a tiempo. Y menos mal que al ver el chaleco reflectante de una niña en bicicleta había frenado un poco por si acaso, pero, ¿cómo iba a imaginar que delante iba un niño con otra bici y se iba a saltar el STOP?.

Pepo no se recuperó a tiempo para la competición de las bicicletas, era lo que mas rabia le daba. Pepa si que iba a competir, pero con lo lenta que era seguro que no ganaba. Ni siquiera quedaría de las primeras.

Cuando Pepa se acercaba al lugar del concurso estaba dispuesta a correr todo lo que pudiese para conseguir el premio para Pepo. Allí no habría coches y no sería tan peligroso. Además, sus padres le habían dado permiso. Su cara de preocupación cambió al ver un recinto con varios policías locales, semáforos, señales y líneas pintadas en el suelo. ¡Aquello era un parque infantil de tráfico!. Lo había visto en la tele y en algunas revistas de las que tenía su padre en casa. Le invadió una risa muy escandalosa, sin saber bien por que, sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba segura, ¡iba a ganar!. Las señales eran sus amigas, las conocía a todas.

Cuando Pepa apareció en casa de Pepo con las manos a la espalda y la cara radiante, pensó que le traía algún regalo para él, pero al ver los videojuegos, los últimos que habían salido, los mismos que daban como premio, preguntó

--¿de dónde has sacado el dinero para comprarlos?--,

y al oír a Pepa gritar

--¡he ganado el concurso!--, casi le da algo,

--¡pero si tú eres una tortuga en bicicleta!--,

--ya, respondió ella, pero la competición era en un parque infantil de tráfico y soy la que mejor ha sabido circular por él--.

El padre de Pepa se sentó en la cama junto a Pepo y le dijo refiriéndose a él y a su padre que también estaba allí:

–espero que esta lección os sirva a los dos. Saltarse las normas y no tener precaución no es conducir mejor ni ser mas listo, es arriesgarse a perderlo todo por las prisas—

Pepo notó que un calor intenso subía a sus mejillas, sus orejas estaban ardiendo, su padre le miraba moviendo la cabeza de arriba a bajo y sonriendo. Estaban aprendiendo una gran lección. La mejor forma de llegar no es correr más, es no equivocarse de camino.

Pepo tardó un tiempo en volver a coger su bici, pero cuando lo hizo se fijaba mucho en las cosas que hacía su amiga Pepa porque ahora sabía lo importante que era respetar las señales y, sobretodo, mirar muy bien a todas partes porque, aunque tuviese que pasar él primero debía asegurarse de que no viniese ningún coche. Tenia que ver y hacerse ver.

Esta historia no termina como otras en que los protagonistas se casan y son felices. Por ahora no se han casado, pero son felices y circulan más seguros.

 

 

 

 

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